En 1832 un inmigrante catalán, José Pratt, construyó un molino harinero en la actual intersección de las calles Timoteo Aparicio y Pan de Azúcar. Desde ese momento lo que hoy es la calle José Antonio Cabrera fue conocida como el camino “que va al molino”.
El molino cambió de dueños casi veinte años después -lo compraron Lorenzo Cresio y Tomás Maggi- y más adelante tuvo otro propietario, Vicente Benvenutto, que construyó un segundo molino en el predio. El lugar pasó entonces a ser conocido como “los molinos de Benvenutto” o “los molinos del galgo”, paralelamente a un tiempo histórico de Guerra Grande en el que, decreto de Oribe mediante, el entonces conocido como “caserío del Cardal” –la actual Unión- tomaba el nombre oficial de “Pueblo de la Restauración”.
En esa zona nació en 1851 el político, poeta y novelista Eduardo Acevedo Díaz, que de niño jugaba cerca del molino y nos aporta la siguiente descripción en una de sus obras: “era un molino de viento, gran cilindro de material…no terminado por un casquete…sino por un cono aplanado de madera…que a su vez tenía por remate, coronamiento y veleta, un galgo de hierro, con sus pies en el vacío y la cola encorvada, todo pintado de negro y los ojos blancos. De los molinos molondros podía llamarse a éste el rey, aunque dependiese siempre de los caprichos del viento”.
Hoy el Molino del Galgo es el emblema de un proyecto social, cultural y deportivo que funciona con apoyo económico e institucional de la Intendencia de Montevideo. En verano se convierte en escenario de carnaval, mientras que durante el resto del año se practican allí deportes para el encuentro como kin-ball y tchoukball; además es sede de un centro juvenil que ofrece todo tipo de actividades para adolescentes.